Recordando al colungués Francisco Grande Covián
El Madrid de “¡no pasarán!” y la pelagra.
En una España dividida en bandos por la Guerra Civil (1936-1939), Madrid se convirtió en símbolo de la resistencia del bando republicano. El «¡No pasarán!», llamamiento por radio del que realizó Dolores Ibárruri, ”La Pasionaria”, se convirtió en la consigna para detener el avance de los militares sublevados sobre Madrid pero a un alto precio. La capital sufrió un bloqueo por parte de las tropas nacionales que causaron grandes carencias de abastecimiento. La población madrileña fue sometida a un ensayo clínico de restricción alimenticia, sin que ningún comité de ética diese su veredicto.
En toda situación por mala que sea se pueden extraer experiencias y derivar conclusiones útiles para la humanidad. Ante este episodio, un grupo de científicos españoles consiguieron obtener importantes contribuciones en el área de la nutrición y la neurología. Entre las contribuciones más dignas de destacar, se encuentra la del colungués Francisco Grande Covián (1909-1995), el cual con un gran esfuerzo, enorme rigor y con escasos medios, efectuó varios estudios sobre las carencias nutricionales de la población madrileña que, siguen siendo referencia obligada en la bibliografía científica sobre enfermedades carenciales.
Grande Covián, había obtenido un título de médico en la Universidad Central de Madrid, completando su formación en prestigiosos centros de Alemania, Inglaterra, Suecia y Dinamarca. Fue uno de los discípulos destacados, junto a Severo Ochoa, del Dr. Juan Negrín López, Catedrático de Fisiología, que ocupaba el cargo de Ministro de Hacienda al estallar la Guerra. Negrín al comienzo de la contienda creó el Instituto Nacional de Higiene de la Alimentación, nombrando para su dirección al catedrático de Fisiología Dr. José Puche y al Dr. Grande Covián para la subdirección pero, dado que Puche ejercía el cargo de rector de la Universidad de Valencia, fue, en la práctica, Grande Covián, el que dirigía esta institución. En este instituto se abrió una consulta para el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades nutricionales, donde se remitía a los pacientes con síntomas carenciales de la capital.
Antes de continuar conviene hacer un breve recordatorio del descubrimiento e impacto que tuvo una de las enfermedades carenciales que apareció en Madrid durante la Guerra Civil. La historia se remonta en el siglo XVIII cuando el médico, Gaspar Casal (1680-1759), descubre en los valles asturianos lo que los lugareños conocían como “El mal de la rosa”. Casal describe, por primera vez esta enfermedad en 1735, relatando a la perfección todos los síntomas de la misma: la demencia, diarrea y dermatitis (Enfermedad de las 3D) en su libro “La Historia Natural y Médica del Principado de Asturias”. Los síntomas dermatológicos descritos por Casal son la aspereza y rojez en el dorso de las manos, cuello y pies que degenera en dolorosas costras escamosas con fisuras. En 1771 el italiano Francesco Frapolli le dio el nombre “pelagra” (pelle: piel, agra: áspera) que es como se conoce en la actualidad.
La pelagra causó estragos en Estados Unidos en el siglo XIX y principios del XX, llegando a constituir la 4ª causa de muerte en el estado de Misisipi. Dada esta expansión de la pelagra, en 1914 el investigador Joseph Golberger del Servicio de Sanidad de Estado Unidos fue enviado a la ciudad de Jackson (Misisipí) para investigar las causas de la pelagra, el cual dedujo que se trataba de una enfermedad causada por una deficiencia alimentaria.
Gracias al descubrimiento de Golberger y la consecución, nada fácil, de reproducir la pelagra en la especie canina, en 1937, Conrad Elvehjem de la Universidad de Wisconsin, demostró que la pelagra en el perro, se podía tratar y curar con el ácido nicotínico o vitamina B3.
Conviene recordar que, las vitaminas son sustancias necesarias para un correcto funcionamiento de los seres vivos, pero que estos son incapaces de producirlas por lo que es necesario que las incorporen en su dieta. No todos los organismos necesitan que su dieta contenga las mismas vitaminas, para una determinada especie será necesaria una vitamina y para otra no. Así por ejemplo, sólo se conocen 5 especies en las que el ácido ascórbico es una vitamina, la vitamina C, (es decir que tienen que incorporarlo a su dieta), estos somos los humanos, los monos antropoides, el cobaya, el murciélago de la fruta y el ruiseñor chino. Todas las demás especies no tienen problemas en fabricar esta sustancia. El hecho comentado de que fue muy difícil el conseguir reproducir la pelagra en una especie animal, fue por lo que como acabamos de comentar, que las vitaminas no son las mismas para las distintas especies.
La falta de esta vitamina B3 (ácido nicotínico) impide que podamos producir unas moléculas denominadas coenzimas, necesarias para que podamos utilizar hidratos de carbono, las proteínas y generar la energía necesaria para nuestras células. Al disminuir la actividad de estas enzimas, consecuencia de la falta de esta vitamina, se producen anomalías en la reparación de las células que están dañadas de nuestros tejidos, que se pondrá de manifiesto, en aquellos que tengan un recambio alto, como es la piel o el intestino, u otros que necesitan mucha energía, como es el cerebro. Por esta razón, la pelagra produce sus primeros síntomas en la piel (dermatitis), el tubo digestivo (diarrea) y el cerebro (demencia).
El hecho de que las lesiones cutáneas se produzcan fundamentalmente en la piel que está expuesta a los rayos solares, se debe a que las coenzimas dependientes del ácido nicotínico son muy importantes para las enzimas implicadas en la reparación de la epidermis dañada por la radiación ultravioleta, así como para otras sustancias que nos protegen frente a ella.
Volvamos al Madrid durante la Guerra. Grande Covián pudo analizar con bastante precisión la dieta que consumían los madrileños desde el verano de 1937 hasta el fin de la guerra, realizando el cálculo a partir de los datos de abastecimiento de la ciudad. Según él, la dieta pasó de 1.550 calorías/día a mediados de 1937 hasta solo la mitad (770 calorías/día) a finales de 1938. Téngase en cuenta que un adulto sano que no efectúe un trabajo físico intenso, requiere 2400 calorías/día. Además observó que la dieta era deficitaria en proteínas, grasas, minerales y vitaminas. A principios de 1938 empezaron a acudir al Instituto Nacional de Higiene de la Alimentación pacientes con lesiones cutáneas en el cuello, manos y pies, así como trastornos gastrointestinales y neurológicos. Grande que era un gran observador y tenía unos amplios conocimientos, diagnosticó con gran precisión que padecían pelagra. Conocía muy bien la historia del “mal de la rosa” gracias a la lectura del libro, que hemos citado de Gaspar Casal que perteneció a su abuelo Ricardo Covián y que este tenía su biblioteca de Colunga (Asturias).
En 1938 el descubrimiento de Elvehjem llegó a manos de Grande a través del artículo que este publicó en el Journal of Biological Chemistry, revista que el Dr. Puche, director del Instituto, recibía en la Universidad de Valencia y que reenviaba al Instituto. Con ayuda de uno de los químicos del Instituto el Dr. Angel del Campo, consiguieron fabricar ácido nicotínico a partir de la nicotina que encontraron y requisaron de los establecimientos de productos agrícolas y de jardinería utilizada para matar el pulgón de las plantas. La pelagra durante la guerra y postguerra, llegó a ser la enfermedad carencial más prevalente en Madrid. Se calcula que en el Instituto trataron unos 3.500 casos de pelagra y más de 30.000 en otros centros de la capital.
A Grande Covián, las publicaciones sobre de las deficiencias nutritivas de la población española, le darían reconocimiento internacional. Sin embargo, la Dictadura no le perdonó haber sido discípulo de Negrín, el cual terminó siendo Presidente de la República, y lo marcó como colaboracionista y persona “non grata”. Avisado de su posible detención, tuvo que esconderse durante el verano de 1939 en un cortijo de Úbeda, donde aprovechó para escribir su experiencia sobre las carencias nutricionales sufridas por población madrileña. Incluso después de que la dictadura perdiera interés en detener a «colaboradores», el Tribunal de Responsabilidades Políticas lo “depuró” prohibiéndole opositar a cualquier universidad española por un periodo de diez años.
Durante estos años, trabajó en los laboratorios Ibis sintetizando vitaminas, y posteriormente en el Centro de Investigaciones Médicas. Cuando se le permite opositar, en 1949, obtuvo la Catedra de Fisiología de la Universidad de Zaragoza. La incómoda atmósfera política y los escuetos fondos de investigación hicieron que sus perspectivas de investigación fueran escasas.
En 1952, el Dr. Ancel Keys de la Universidad de Minnesota, USA, realiza una encuesta sobre enfermedades cardiovasculares en Madrid, en la que Grande le brinda su colaboración y, como resultado, Keys le invita a ir a trabajar a su laboratorio en Minnesota, él acepta y al año siguiente consigue el pasaporte y junto con su familia se muda a los Estados Unidos donde permanecerían durante las próximas dos décadas.
En Minnesota, realizó una brillante tarea investigadora. Las principales contribuciones de Grande, en su etapa americana, se agrupan en tres líneas generales de investigación:
- El estudio de los efectos de la restricción calórica e hídrica en el rendimiento del ejercicio, conocido como “El experimento de Minnesota”: que permitió conocer los mecanismos de adaptación humana a condiciones extremas;
- El estudio de los factores hormonales en el metabolismo de las grasas, donde reveló el papel que desempeñan las hormonas en la absorción de las grasas; y
- Los efectos de la grasa de la dieta sobre el colesterol en el suero sanguíneo. Fue en esta investigación, donde Grande hizo sus contribuciones más relevantes sobre al riesgo de padecer una enfermedad cardiovascular. Demostrando que no todas las grasas son iguales, unas aumentan el colesterol, otras lo reducen, algunas son neutras.
Mediante mediciones cuidadosas de los cambios del colesterol de individuos sometidos a dietas estrictamente controladas, él y sus colaboradores desarrollaron una ecuación, conocida como «ecuación de Keys-Anderson-Grande«, que permite predecir el cambio del colesterol de la sangre a partir del porcentaje de grasas poliinsaturadas, monoinsaturadas y saturadas y del colesterol de la dieta, ecuación que sigue vigente en la actualidad. Por estos estudios sobre las grasas y el colesterol, recibió múltiples distinciones y fue propuesto para el Premio Nobel de Medicina en varias ocasiones.
Hoy día 28 de junio se cumplen 28 de su fallecimiento y 114 años de su nacimiento, Grande sigue siendo ampliamente citado en materia de nutrición y recordado por sus estudios, es especial sobre la pelagra.
Finalizamos con una frase que pronunció Juan Velarde Fuertes, el que fue Director de los Cursos de La Granda, dijo referente a este eminente colungués: “El pueblo de Madrid tiene una deuda impagada con Francisco Grande”.
el profesor grande Covián, además de un gran científico tenía un exquisito sentido del humor: Como buen asturiano, socarrón e irónico, le escuché decir en un seminario: «no es cierto que la superioridad de los asturianos se deba a que coman fabada»… Ahí queda una simpática anécdota del Dr Grande Covián.
F. Sobrino.